Pasaron más de sesenta años desde los días de Fletcher. Pasaron más de treinta desde su muerte. Se han impreso literalmente toneladas de libros sobre Pearl Harbor y sobre Midway, los dos hechos más importantes que el autor considera dentro de los días de Fletcher, aunque el almirante no estaba en la base cuando se produjo el artero ataque. Se dan en la 1ª parte muchas respuestas a todos los ¿por qué? que podrían plantearse desde lo racional. Pero… ¿qué de nuevo se podría decir acerca de esta época? ¿Es que es posible seguir culpando a Franklin Delano Roosevelt, sin haber hecho antes un análisis serio, de la muerte de más de dos mil de sus hombres a bordo de su flota? ¿Qué puede transmitirnos el autor acerca de la catástrofe japonesa en Midway, que no le haya llegado al público a través del cine actuado y documental, o de tantos libros absolutamente documentados y escritos incluso por actores directos del gran drama naval del 4 de junio de 1942?
Obviamente, ya está todo dicho, ya está todo escrito y ya está todo filmado. Los héroes, los jefes, los responsables, los villanos, las víctimas y las consecuencias. Todo registrado y aprendido. ¿O no?
Se sorprendería tanto el lector, como le fue ocurriendo al autor, al ir constatando que lotes enteros de verdades (o no), pasaron del reino del rumor al del papel, sin haber sido analizados con seriedad.
Prejuicios, conclusiones interesadas, mezquindades, resentimientos, y gran ignorancia se hicieron presentes en la historia y allí quedaron. Esa historia, con sus actores, sus cronistas y su público, aún siendo la fuente en la que se busca el conocimiento que pueda servir de guía en el futuro, acumula ese vital conocimiento, mechado de vicios, errores, y debilidades de los hombres.
Y en esta obra, lo que se analiza es exactamente eso. Cómo los objetivos particulares y las debilidades y miserias, se enseñorean de la escena, y logran que los actores, lleven al mundo por tal o cual camino, sin importarles demasiado, los reales intereses de sus naciones y de la sufrida humanidad. No es tarea fácil, al detectar tales acciones subalternas, explicárselo a lectores, cuyos sentimientos tienen aferrados a los héroes y los cubren con una coraza defensiva desde la cual las lealtades surgen disponiéndolos a luchar, con indignación, por la memoria de sus próceres queridos.
La inocencia de Layton al exponer su contrariedad respecto de lo irremediable de que Jack era más antiguo y debía tener el mando, sin reparar en que además era un hecho muy conveniente dada su experiencia, desnuda la necesidad infantil y generalizada del mito, y el héroe elegido era Spruance ¿A quién se le podía ocurrir negarle la victoria de Midway? Pero si humanos han sido los actores, humanos fueron y son los periodistas, cronistas e historiadores, muchas veces escribiendo lo que pueda halagar a su adalid, o sacando conclusiones poco meditadas o lo que es más triste y grave, diciendo lo que creen o saben que más gustará a las masas, y así atraerlas al redil de su fama y su taquilla. Porque la verdad suele ser muy dolorosa, y los dólares no viene desde bolsillos doloridos.
Acerca de Pearl Harbor, lo primero que aparece y que esta obra ataca de inmediato, son los motivos personales contrapuestos (¿o no?) con los objetivos nacionales. Tal vez es cómodo pensar que Yamamoto era un patriota que jugó una carta desesperada, porque sus jefes arrinconados por el "maligno" Roosevelt, necesitaban desesperadamente los elementos que éste les negaba.
El autor se coloca en la posición opuesta, y concluye que tal vez las cosas no eran tan así, y además, si FDR, tenía toda la información, y no impidió el ataque, es porque a partir de la misma información, él podía especular con que no sería atacado, y tenía desde su puesto, todo el derecho a hacerlo, pero oficiales como Kimmel o como Short, no lo tenían y debieron estar mejor preparados.
Y por sobre toda otra consideración, tener la información es una cosa y saber algo, es otra.
Pero el núcleo de la exposición de la obra no es Pearl Harbor, sino "los días de Fletcher", y en los días de Fletcher, el lugar del príncipe lo ocupa "esa joya de coraje, astucia y heroísmo", que fue la batalla de Midway, y desde luego, el hombre que la ganó. Pero… ¿qué de nuevo se podría decir?
Es absurdamente irónico, que lo único nuevo, gire alrededor de una única palabra: Fletcher. Nadie habla de Fletcher. Eso sí, se analiza si habría sido mejor Halsey que Spruance en el comando de la TF16, y escritores de gran éxito como Buell y Lundstrom, gastaron tal cantidad de tinta, que habría puesto nervioso a Morison - a quien ponía nervioso la cantidad de combustible que cargaba Fletcher - en demostrar al mundo que la idea de lanzar los aviones de la 16 desde máxima distancia fue de Spruance, y no del jefe de su EM, Browning. Y eso... ¿qué puede importar?. Lo nuevo de este libro es enseñar que no interesa quién tiene la idea, sino quién toma el riesgo de ponerla en práctica, que es el comandante. Y en la 16, el comandante era Ray, y lo que en el lanzamiento salió bien o salió mal, es mérito o es responsabilidad exclusivamente suya, simplemente por haber tomado la decisión.
Sin embargo, lo único realmente importante, fue la destrucción de los cuatro portaviones japoneses, y es lo único que no se analiza debidamente. Nadie ha estudiado las difíciles decisiones estratégicas que el Senior Officer Fletcher, debió tomar para ubicar al gran táctico Spruance, en una situación de lanzamiento ideal. Nadie supo mostrar el trabajo de equipo realmente extraordinario que hizo la TF 17 manejando desde el Yorktown la exploración y realizando la cobertura de la TF16, de tal modo de quitarle a Spruance toda preocupación acerca de los portaviones enemigos no ubicados, dejándole las manos y la mente libres para cumplir la tarea que le fue asignada por Fletcher. Nadie advirtió el manejo notable de los tiempos hecho por Jack Fletcher, desde la histórica y perfecta (y nunca antes analizada) orden a Spruance de las 0607 (Proceda al SW… etc.) hasta la de: 'motores en marcha' a su propio grupo aéreo a las 0838. Y mucho menos el ignorado hecho de que con sólo 35 aviones, para mantener siempre una reserva, el Yorktown pudo hundir un portaviones, mientras Spruance utilizó 121 para hundir dos (58%). Pero la perla de su actuación fue la separación de los portaviones, "la iluminada decisión que ganó finalmente la batalla". Todo el talento de Fletcher, no alcanzó para hacer que hoy se hable de lo único importante de esa batalla, lo que cambió el curso de la guerra y la suerte de los aliados: la destrucción de los portaviones. Pero bastó el carisma de Ray, para que las generaciones estudien sus decisiones, tomadas cuando la batalla, hundidos los portaviones del Japón, había terminado. Lo único que logró Spruance fue evitar la acción nocturna y el rival se retiró.
¿Qué habría sucedido si los buques de Nagumo, atacaban la Costa Oeste, en lugar de ir a Midway? Esto estaba en la mente de personas de la importancia de King y de Marshall, y también de Nimitz como veremos, pero no en la mente de los cronistas. El Japón tardó en cambiar sus claves después del Mar del Coral ¿no podría ser una trampa lo de Midway? Jack se cuidó mucho de eso.
¿Cómo resolvió Jack, en minutos, y bajo condición de combate, el hecho de que hubieran aparecido sólo dos portaviones cuando se esperaba que fueran cuatro o tal vez cinco? Nadie lo dice.
Nadie habló de la matriz de decisión, y con toda seguridad, ni sabían los historiadores, de que se trataba eso. Nadie analizó la preparación mental que debe tener un jefe - y Fletcher la tenía - para delegar el mando táctico, reteniendo la responsabilidad, en otro oficial experto en determinado asunto (Fitch en el Mar del Coral), o para decidir entre dos objetivos contrapuestos a fin de hacerse cargo de uno asignando el otro a su segundo (Spruance en Midway), y tampoco lo muy importante que debería ser entrenar la psiquis de los oficiales, en hacer rápidamente estas evaluaciones y con la presión de la batalla sobre ellos, asignar y trasladar poder de decisión en los momentos vitales. No será tan fácil entrenarlos para que, tal como Jack, den sin titubear el objetivo de mayor lucimiento a su subordinado, si con ello se asegura un mayor beneficio al interés de la Nación o al del servicio.
Al llevarle un libro al lector, siempre se piensa: ¿Cuál será su utilidad? Esta obra resalta los aspectos menos vistos de lo cotidiano de los grandes comandantes, como por ejemplo la notable influencia que pueden ejercer en sus decisiones personas de nivel mucho menor, por el sólo hecho de estar una gran parte del día cerca de él. Y esto hace al aspecto psicológico, ampliamente tratado, especialmente en Yamamoto, Nimitz y King. Las órdenes ambiguas de Nimitz, son todo un ejemplo.
El libro trata de remarcar, cómo las dicotomías tan peligrosas, tratadas en 'lo que vale y lo que luce' o en "talento y carisma", pueden influir en el desarrollo de los hechos, porque el árbitro final de toda gestión, que es el público, es dueño de una alegre ignorancia y aquellos hombres que hacen cosas deben derrochar su tiempo en tratar de vender sus logros, para no ser desplazados de los puestos principales, porque ese gran árbitro, en su mediocridad, se guía por el carisma de un individuo y no por su talento. Esto tal vez no tenga arreglo, pero quienes conducen las grandes organizaciones no tienen derecho a caer en la estupidez y mediocridad del público, y tampoco lo tienen los cronistas.
Se tratan temas no debidamente enseñados como '¿quién gana las batallas?', la importante homogeneidad en la formación de los planteles de oficiales, y lo peligroso de que quede en cargos de responsabilidad gente que tiene pendientes, reivindicaciones personales. El estudio psicológico de quienes pueden llegar a ocupar puestos clave, aunque no está propuesto en forma directa, lo es constantemente en forma indirecta. La problemática generada por la presencia de un personaje de la talla de Ernest King, y su influencia en comandantes del calibre de un Nimitz, están expuestos, y son un aviso permanente, de cómo debe trabajarse desde lo psicológico, el proceso de la formación de objetivos en la mente de los grandes conductores, en las grandes organizaciones de todo tipo.
La difícil lucha del autor de este libro, es para que en la evaluación de los conductores, sólo se tenga en cuenta lo que vale y no lo que luce, y sólo se atienda al talento y sea dejado de lado el carisma, en tanto ese carisma no sea aprovechable como herramienta fundamental del liderazgo.
La lucha es también para que, a sabiendas de que se le ha cometido una enorme injusticia
a un hombre intachable, esto sirva para ayudarnos a no repetir en el futuro semejantes errores.
Andrés M. Lazarús del Castillo aldelcas & arnet.com.ar